Sed Kaylay | Parte 3
- Lectura en 2 minutos - 252 palabras—La sed no se va. Solo cambia de cuerpo.
Camila no pudo dormir esa noche. Desde que leyó la carta de Kaylay, algo dentro de ella no estaba bien.
Al principio pensó que era miedo… pero era otra cosa.
Era hambre.
En clase ya no podía concentrarse. Sentía el pulso de los demás como un tambor lejano: bam-bam… bam-bam… Los latidos se volvían más intensos cada vez que alguien pasaba cerca de ella.
Una tarde, fue al baño. Se miró al espejo. Sus ojos estaban… ¿más oscuros? Sus encías dolían. Y en la comisura de su labio había una gota seca, roja.
—No puede ser… —susurró, temblando.
Sacó su celular y buscó fotos viejas. En una de ellas, tomada semanas antes, vio a Kaylay caminando detrás de ella en el pasillo. Pero ella no recordaba que Kaylay estuviera allí ese día. Miró más de cerca. Kaylay no estaba mirándola a ella… Estaba mirándose en el reflejo del vidrio. Sonriendo.
Camila no habló con nadie durante una semana. Pero los reportes de alumnos con marcas en el cuello volvieron.
Algunos dijeron que era Kaylay. Otros, que había alguien nuevo. Una especie de sucesora.
Y entonces, una mañana, todos los casilleros del segundo piso amanecieron con una sola palabra escrita con tinta roja:
“La sed no se hereda. Se comparte.”
Camila llegó tarde ese día. Su cabello estaba más oscuro. Sus labios, más rojos.
Y nadie notó que, desde entonces, cada vez que alguien la miraba directo a los ojos… se quedaban en silencio.