Sed Kaylay | Parte 2
- Lectura en 2 minutos - 313 palabras—Desapareció… pero no se fue.
Después de su desaparición, la escuela San Esteban volvió lentamente a la normalidad. O eso creían. Las clases siguieron. Los pasillos fueron pintados. Se retiraron los espejos del baño de mujeres, donde Kaylay solía quedarse parada por horas, observándose como si buscara algo bajo su piel.
Pero entonces, Lucas, uno de los chicos que ella “había mordido”, comenzó a actuar extraño.
Dejó de salir al recreo. No comía. No hablaba con nadie. Solo dibujaba en su cuaderno formas de dientes, ojos negros y frascos con sangre. Un día, en plena clase, se levantó sin decir palabra y se desmayó. Al revisarlo, la enfermera notó algo que hizo que su voz temblara al llamar al director: Lucas tenía dos marcas nuevas en el cuello. Frescas. Perfectas.
—¿Tú sabes quién fue? —le preguntaron cuando despertó. Él solo murmuró: —No vino por mí. Vino a despedirse.
Días después, comenzaron los mensajes anónimos en los casilleros. Páginas arrancadas con frases escritas en rojo:
“Ella no está loca. Solo está más allá de ustedes.” “La sangre no se roba… se ofrece.”
Camila, una de las pocas que había sentido lástima por Kaylay antes de que desapareciera, recibió una carta escrita a mano. Nadie más la vio, pero ella juró que era de Kaylay.
“Estoy despierta ahora. Ya no me escondo de lo que soy. La sed no se cura, se controla. Y yo aprendí. Gracias por no tener miedo de mí. A ti no te haría daño. A los demás… no prometo nada.”
Desde entonces, los espejos del baño se empañan sin motivo. Las luces del pasillo del tercer piso parpadean cada noche a la misma hora: 3:33 AM. Y aunque nadie la ha vuelto a ver, algunos dicen que si pasas solo por la biblioteca antigua, puedes escuchar una respiración suave… muy cerca del oído.
Kaylay no volvió. Kaylay nunca se fue.