Paso a paso
- Lectura en 18 minutos - 3826 palabrasEl Despertar de Kaylay: Una Historia de Transformación
Capítulo 1: La Resistencia
Kaylay miraba el reloj en su teléfono. 5:45 PM. En quince minutos debería estar cambiándose para ir al gimnasio, pero ahí estaba, hundida en el sofá, con el control remoto en una mano y una excusa perfecta formándose en su mente.
“Estoy muy cansada del trabajo”, se decía a sí misma. “Un día más no hará diferencia.”
Había pagado la membresía del gym con tanto entusiasmo tres semanas atrás. “Este año será diferente”, había prometido frente al espejo, con esa energía que te hace creer que puedes conquistar el mundo. Pero ahora, cada tarde era una batalla consigo misma. La flojera ganaba más veces de las que estaba dispuesta a admitir.
Su teléfono vibraba con recordatorios: “¡Hora de entrenar!”, “¡Tu cuerpo te lo agradecerá!”, “¡No te rindas!”. Kaylay los silenciaba todos con un dedo experto y se acomodaba más en el sofá.
“Mañana sí voy”, murmuraba. La misma promesa de siempre.
Cuando finalmente lograba arrastrarse al gimnasio, después de perder tres días seguidos, caminaba con la cabeza gacha, evitando las miradas de la gente que parecía saber exactamente lo que hacía. A las 6:00 PM el gym estaba lleno de gente que venía después del trabajo, todos parecían saber qué hacer. Las pesas parecían más pesadas de lo normal, las máquinas más complicadas, y esa gente que corría en las caminadoras con una sonrisa… definitivamente eran extraterrestres.
Su compañera de departamento, Andrea, a veces la acompañaba. “Kay, tienes que ser consistente”, le decía. “Tres semanas y solo has ido como seis veces.”
“Lo sé, lo sé”, respondía Kaylay, sintiéndose culpable pero sin suficiente motivación para cambiar.
Pero todo eso estaba a punto de cambiar.
Capítulo 2: El Encuentro con Marcos
Fue en uno de esos días de flojera extrema, cuando Kaylay llegó al gym a las 6:30 PM después de haberse convencido mil veces en el camino de no dar la vuelta, que conoció a Marcos.
Estaba sentada en un banco, fingiendo que estiraba cuando en realidad solo estaba perdiendo el tiempo mirando su teléfono, cuando una voz la sacó de su ensimismamiento.
“¿Primera vez en el gym?”
Kaylay levantó la vista y vio a un hombre musculoso, probablemente de unos treinta y tantos años, con una sonrisa amigable y una camiseta que decía “Train Insane or Remain The Same”.
“No… bueno, más o menos”, respondió Kaylay, sintiéndose expuesta. “Llevo tres semanas con la membresía, pero…”
“Pero no sabes por dónde empezar”, completó Marcos. “Lo veo todo el tiempo. Soy entrenador aquí. ¿Quieres que te ayude a armar una rutina de adaptación? Primera sesión sin costo.”
Kaylay dudó. Parte de ella quería decir que no, que estaba bien, que solo necesitaba “familiarizarse con el lugar”. Pero otra parte, una parte pequeña pero insistente, sabía que si no aceptaba ayuda ahora, terminaría cancelando la membresía en un mes.
“Está bien”, dijo finalmente. “Pero te advierto que soy malísima para esto. Y que me da mucha flojera venir.”
Marcos soltó una carcajada. “Honestidad. Me gusta. Dame dos meses y cambiarás de opinión. ¿Puedes venir mañana a las 6:00 PM en punto?”
“Supongo que sí.”
“No ‘supongo’. Tienes que comprometerte. ¿Vendrás mañana a las 6:00 PM?”
Kaylay respiró profundo. “Sí. Estaré aquí.”
“Perfecto. Y Kay… si te da flojera, ven de todas formas. La motivación viene después de empezar, no antes.”
Kaylay no le creyó completamente. Aún no.
Capítulo 3: El Día del Juicio (Pierna)
El día siguiente, Kaylay llegó puntual a las 6:00 PM. Bueno, 6:07 PM, pero era lo más puntual que había sido en semanas. El gimnasio estaba lleno de gente saliendo del trabajo, el ambiente tenía energía, música sonaba de fondo.
Marcos la esperaba con su sonrisa característica. “Lista para tu primera sesión real?”
“¿Qué haremos?” preguntó Kaylay, nerviosa.
“Hoy haremos pierna”, anunció con ese entusiasmo que Kaylay encontraba sospechoso.
Kaylay no sabía en ese momento que esas tres palabras cambiarían su percepción del dolor para siempre.
Comenzaron con un calentamiento en la bicicleta estática. “Diez minutos suaves”, dijo Marcos. Kaylay pensó que estaría fácil. A los cinco minutos ya estaba sudando más de lo que esperaba.
Luego vinieron las sentadillas. Sin peso al principio, solo con su propio cuerpo.
“Baja como si te fueras a sentar en una silla”, instruía Marcos, observando su forma. “Espalda recta, rodillas alineadas con los pies. No dejes que las rodillas pasen tus pies.”
Kaylay hizo diez y sintió que sus piernas temblaban. “¿Cuántas más?”
“Otras dos series de diez”, respondió Marcos con naturalidad.
“¿DOS SERIES MÁS?” Kaylay lo miró como si estuviera loco.
Después de las sentadillas vinieron las zancadas. Kaylay caminaba por el gimnasio como un robot oxidado, dando pasos largos y sintiendo cómo cada músculo de sus piernas protestaba. La gente del gym seguía con sus rutinas, algunos miraban de reojo, probablemente recordando sus propios primeros días.
“¿Por qué se siente como si pesara mil kilos?”, preguntó, respirando con dificultad.
“Porque estás despertando músculos que llevaban años dormidos”, explicó Marcos. “Dale tiempo. Tu cuerpo se adaptará.”
Terminaron con peso muerto rumano usando solo una barra sin discos, y luego extensiones de pierna en la máquina. Kaylay sentía sus piernas como gelatina. Cada ejercicio parecía diseñado específicamente para destruirla.
Para cuando terminó la sesión a las 7:15 PM, Kaylay apenas podía caminar hasta su coche. Le mandó un mensaje a Andrea: “Creo que cometí un error terrible.”
Cuando llegó a su departamento, se dejó caer en el sofá y no se movió por dos horas.
“¿Cómo te fue?”, preguntó Andrea cuando llegó.
“Marcos es un sádico disfrazado de entrenador”, murmuró Kaylay. “Mañana no voy a poder caminar.”
“¿Pero vas a regresar?”
Kaylay cerró los ojos. “Mañana te digo. Ahora déjame morir en paz.”
Capítulo 4: El Infierno Tiene un Nombre: DOMS
Al día siguiente, Kaylay descubrió lo que significaba realmente el dolor muscular de aparición tardía. Si pensó que le dolía el día anterior, no estaba preparada para esto.
Despertar fue una odisea. Intentó levantarse de la cama y sus piernas simplemente no respondieron correctamente. “¿Qué demonios…?”, murmuró, tocándose los muslos como si no fueran suyos.
Ir al baño fue una aventura. Sentarse en el inodoro requirió planificación estratégica y tres intentos. Levantarse fue peor.
En el trabajo, tuvo que disimular su dolor. Cada vez que necesitaba levantarse de su escritorio, lo hacía en cámara lenta, tratando de que pareciera natural. Su jefa pasó por su lado y le preguntó: “¿Estás bien?”
“Sí, solo… fui al gym ayer”, respondió Kaylay.
“Ah, día de pierna”, asintió su jefa con conocimiento. “Te acostumbras.”
Para las 5:00 PM, cuando salió del trabajo, Kaylay estaba considerando seriamente cancelar su sesión con Marcos. Le mandó un mensaje: “Marcos, no puedo ni caminar. ¿Puedo faltar hoy?”
La respuesta llegó inmediata: “El dolor es normal. Hoy haremos solo cardio suave y abdomen. Nada de pierna. Te ayudará con la recuperación. Te espero a las 6:00 PM.”
Kaylay gimió. “No hay escapatoria.”
Cuando llegó al gym, Marcos la recibió con esa sonrisa insoportable. “¿Cómo están esas piernas?”
“Destruidas. Aniquiladas. Rotas.”
“Perfecto, significa que trabajamos bien.” Marcos señaló las caminadoras. “Veinte minutos de caminata suave. Te va a ayudar a que fluya la sangre y se recuperen más rápido.”
Y tenía razón. Después de los primeros cinco minutos dolorosos, sus piernas empezaron a sentirse un poco mejor. No bien, pero mejor.
“¿Ves? El movimiento ayuda”, dijo Marcos. “Quedarte en cama todo el día habría sido peor.”
Kaylay tuvo que admitir, a regañadientes, que tenía razón.
Capítulo 5: Abdomen y la Guerra de los Músculos Invisibles
Después del cardio suave, Marcos decidió que era momento de presentarle a Kaylay un nuevo tipo de tortura: el entrenamiento de abdomen.
“Tu core es fundamental para todo”, explicaba mientras desplegaba una colchoneta. “Literalmente todos los movimientos involucran tu abdomen.”
“¿Incluso caminar?” preguntó Kaylay, escéptica.
“Incluso caminar. Especialmente si quieres una buena postura.”
Comenzaron con planchas. “Solo aguanta treinta segundos”, dijo Marcos, mostrándole la posición correcta.
Kaylay se puso en posición. A los diez segundos, todo su cuerpo temblaba. A los veinte, sentía que sus brazos se convertían en espagueti y su abdomen ardía como nunca.
“No puedo más”, jadeó.
“Sí puedes. Cinco segundos más. Cuatro… tres… dos… uno. ¡Perfecto!”
Kaylay colapsó en la colchoneta. “¿Eso fue todo?”
“Eso fue una de cuatro series.”
“¿QUÉ?”
Luego vinieron los crunches, las bicicletas, los leg raises, los mountain climbers, las tijeras. Cada ejercicio atacaba una parte diferente de su abdomen que Kaylay ni siquiera sabía que existía.
“Tienes músculos aquí que nunca has usado”, explicaba Marcos mientras Kaylay intentaba no colapsar. “Los oblicuos, el transverso abdominal, el recto abdominal, el core profundo…”
“¿Cuántos abdominales tengo?”, preguntó Kaylay con incredulidad, respirando con dificultad.
“Suficientes para que te duelan por días”, bromeó Marcos.
No estaba bromeando.
Al día siguiente, que era viernes, Kaylay descubrió que reírse era prácticamente imposible. En el trabajo, su compañero Carlos le contó un chiste durante el almuerzo y Kaylay intentó reír pero terminó haciendo una mueca de dolor mientras se agarraba el estómago.
“¿Qué te pasa?” preguntó Carlos, preocupado.
“Trabajé… abdomen… ayer”, respondió Kaylay entre dientes.
“Ah, la iniciación del gym”, asintió Carlos. “Bienvenida al club del dolor.”
Estornudar se convirtió en su peor enemigo. Cuando sintió que venía un estornudo, Kaylay entró en pánico, abrazándose el estómago con fuerza. El estornudo llegó como una explosión y Kaylay soltó un grito ahogado.
“¡Por el amor de Dios!”, exclamó, doblándose ligeramente. “¡Esto es inhumano!”
Pero lo peor de todo era levantarse de la cama. Kaylay tenía que rodar de lado, empujarse con los brazos, y usar momentum para sentarse, porque usar sus abdominales directamente era pura agonía.
Esa tarde, llegó al gym a las 6:00 PM con cara de pocos amigos. Marcos la vio y sonrió.
“Hoy es viernes. Haremos brazos y luego tienes fin de semana libre para recuperarte.”
“Gracias a Dios”, murmuró Kaylay. “Pensé que ibas a matarme con más abdomen.”
“Eso es para la próxima semana”, bromeó Marcos.
Kaylay no estaba segura de si bromeaba o no.
Capítulo 6: Brazos y el Fin de Semana de Reflexión
El entrenamiento de brazos fue revelador de una manera diferente. Kaylay nunca había pensado realmente en sus brazos. Estaban ahí, hacían su trabajo, fin de la historia.
Pero Marcos tenía otros planes.
“Bíceps, tríceps, hombros, antebrazos”, enumeraba mientras le entregaba mancuernas de 2 kg. “Todo trabaja junto.”
“¿Solo dos kilos?” preguntó Kaylay, mirando las pequeñas mancuernas rosadas.
“Para empezar, sí. La técnica es más importante que el peso.”
Comenzaron con curls de bíceps. Al principio parecía ridículamente fácil. Kaylay levantaba las mancuernas sin problema. Pero después de quince repeticiones, sus brazos empezaban a arder de una manera que no esperaba.
“Tres series de quince”, anunció Marcos.
Para la tercera serie, Kaylay sentía que sus brazos eran de plomo fundido. Las mancuernas de dos kilos parecían pesar veinte.
Luego vinieron las extensiones de tríceps sobre la cabeza, press de hombros, elevaciones laterales, y finalmente, curls de martillo. Cada ejercicio atacaba una parte diferente de sus brazos.
“¿Por qué tiemblo?”, preguntó Kaylay, viendo cómo sus brazos temblaban incontrolablemente mientras intentaba mantener las mancuernas en alto durante las elevaciones laterales.
“Fatiga muscular”, explicó Marcos. “Significa que estás trabajando al máximo. Eso es exactamente lo que queremos.”
Cuando terminaron a las 7:00 PM, Kaylay sentía sus brazos como fideos. Pero había algo diferente esta vez. Una semana completa de entrenamiento. Había ido de lunes a viernes sin faltar ni un día.
“Buen trabajo esta semana, Kay”, dijo Marcos mientras guardaba las mancuernas. “Cinco días seguidos. Eso es compromiso.”
“No te emociones. Tal vez la próxima semana no venga”, bromeó Kaylay, aunque una pequeña parte de ella se sentía orgullosa.
“Nos vemos el lunes a las 6:00 PM”, respondió Marcos con confianza.
El fin de semana fue extraño. El sábado por la mañana, Kaylay despertó con dolor en prácticamente todo el cuerpo. Piernas, abdomen, brazos. Era como si hubiera sido atropellada por un camión muy lento y metódico.
“¿Cómo te sientes?” preguntó Andrea mientras desayunaban.
“Como si mi cuerpo me odiara”, respondió Kaylay, untando mantequilla en su pan con movimientos torpes porque sus brazos no cooperaban. “Pero… no sé. También me siento bien de alguna manera rara.”
“¿Bien?”
“Como… logré algo, ¿sabes? Fui toda la semana. Eso es más de lo que he hecho en años.”
Andrea sonrió. “Estoy orgullosa de ti. ¿Vas a seguir?”
Kaylay lo pensó por un momento. El dolor era real. La flojera seguía ahí, acechando en el fondo de su mente. Pero también había algo más. Una pequeña chispa de… ¿orgullo? ¿Determinación? No estaba segura.
“Creo que sí”, dijo finalmente. “Al menos otra semana.”
El domingo por la tarde, mientras estaba en el sofá viendo una película, su teléfono vibró. Un mensaje de Marcos: “Espero verte mañana. Empezamos fuerte la segunda semana. 💪”
Kaylay miró el mensaje y suspiró. Parte de ella quería responder con una excusa. Pero en lugar de eso, escribió: “Ahí estaré.”
Y por primera vez, lo decía en serio.
Capítulo 7: La Segunda Semana y el Punto de Quiebre
El lunes llegó y Kaylay se descubrió a sí misma preparándose para ir al gym sin tener que convencerse durante una hora. No es que quisiera ir con entusiasmo desbordado, pero tampoco estaba buscando excusas activamente. Era progreso.
Llegó a las 6:05 PM y Marcos ya estaba esperando.
“Puntual”, comentó con aprobación. “Hoy volvemos a pierna, pero esta vez vamos a agregar peso.”
Kaylay hizo una mueca pero no protestó. Su cuerpo ya no le dolía tanto como el fin de semana. El dolor se había convertido en algo más manejable, casi familiar.
Las sentadillas de hoy fueron diferentes. Marcos le puso una barra con 10 kilos en total sobre sus hombros.
“No puedo”, dijo Kaylay inmediatamente al sentir el peso.
“Ni siquiera lo has intentado”, respondió Marcos con calma. “Posiciónate. Respira. Y baja.”
Kaylay respiró profundo, sintiendo el peso en sus hombros. Se veía aterrador. Se sentía pesado. Pero bajó.
Una repetición.
Sus piernas trabajaron, sus músculos se activaron, pero… lo hizo.
“Otra”, dijo Marcos.
Bajó de nuevo. Y de nuevo. Y de nuevo.
Completó diez repeticiones.
Cuando terminó, se quedó parada, respirando fuerte, con los ojos bien abiertos.
“Lo hice”, murmuró.
“¿Qué?”
“¡Lo hice!” repitió Kaylay, esta vez con más emoción. “Marcos, hace una semana no podía hacer ni cinco sentadillas sin peso sin quejarme. Y ahora acabo de hacer diez con diez kilos extra.”
Marcos sonrió ampliamente. “¿Y sabes qué significa eso?”
“¿Qué?”
“Que eres más fuerte de lo que pensabas. Tu cuerpo se está adaptando. Estás cambiando.”
Esas palabras resonaron en Kaylay durante todo el entrenamiento. Cada ejercicio que hacía, cada repetición, podía sentir que era diferente. No era fácil, seguía siendo un desafío, pero ya no se sentía imposible.
Cuando terminaron, Kaylay se miró en el espejo del gym. Físicamente se veía casi igual. Tal vez un poco menos hinchada, tal vez su postura era ligeramente mejor, pero nada dramático.
Sin embargo, algo en sus ojos había cambiado. Había una chispa ahí que no estaba antes.
“¿Qué ves?” preguntó Marcos, acercándose.
“No sé”, respondió Kaylay honestamente. “Me veo… diferente. Pero no en mi cuerpo, sino en… no sé cómo explicarlo.”
“Confianza”, dijo Marcos simplemente. “Ves confianza. Y créeme, eso es más importante que cualquier cambio físico.”
Kaylay sonrió. Por primera vez desde que empezó, sintió que tal vez, solo tal vez, podría hacer esto.
Esa noche, tomó una foto en el espejo de su cuarto. Se veía cansada, despeinada, con la cara roja todavía del entrenamiento. Pero guardó la foto con una nota: “Semana 2, Día 1. Hoy levanté peso y no morí.”
Capítulo 8: El Cuerpo Se Adapta
Los siguientes días de la segunda semana fueron una revelación.
El martes hicieron cardio intenso y abdomen. Kaylay subió a la caminadora esperando morir como la semana pasada, pero esta vez su cuerpo respondió diferente. Sí, estaba cansada. Sí, sudaba. Pero no sentía que sus pulmones fueran a explotar. Podía mantener una conversación entrecortada con Marcos mientras trotaba.
“¿Notas la diferencia?” preguntó él.
“Sí”, jadeó Kaylay. “Ya no… siento que… me estoy muriendo.”
“Esa es la adaptación cardiovascular. Es lo primero que mejora con el ejercicio regular.”
El abdomen también fue diferente. Todavía ardía, todavía era difícil, pero Kaylay completó las cuatro series de planchas sin colapsar. Al día siguiente tuvo agujetas, pero no era ese dolor incapacitante de la primera semana. Era un dolor que decía “trabajaste bien” en lugar de “¿por qué me haces esto?”
El miércoles trabajaron brazos y hombros. Esta vez Marcos le dio mancuernas de 3 kilos.
“Subimos de peso”, anunció.
“¿Ya?” preguntó Kaylay, sorprendida.
“Ya. Tu cuerpo está listo.”
Y lo estaba. Los 3 kilos se sintieron desafiantes pero no imposibles. Kaylay completó cada serie, sintiendo sus músculos trabajar, sintiéndose fuerte de una manera que nunca había experimentado.
El jueves hicieron un entrenamiento de cuerpo completo, combinando todo lo que habían trabajado durante la semana. Fue intenso, Kaylay terminó empapada en sudor, pero lo completó todo.
“Estás progresando rápido”, comentó Marcos mientras limpiaban el equipo. “En dos semanas has mejorado tu resistencia, tu fuerza, y lo más importante, tu consistencia.”
“No me siento tan diferente”, admitió Kaylay.
“Los cambios físicos toman tiempo. Pero los cambios en tu fuerza, resistencia y actitud son inmediatos. Esos son los que cuentan al principio.”
El viernes, durante el entrenamiento de pierna, Marcos le puso 15 kilos en la barra para sentadillas.
Kaylay miró el peso con nerviosismo. “¿Estás seguro?”
“Completamente. Pero si es mucho, lo bajamos. No hay ego aquí, solo progreso seguro.”
Kaylay se posicionó bajo la barra. Era notablemente más pesado que los 10 kilos de la semana pasada. Respiró profundo y bajó.
Una. Dos. Tres.
Sus piernas temblaban pero respondían. Seguía bajando y subiendo, controlada, con buena forma.
Completó ocho repeticiones antes de que Marcos le dijera que se detuviera.
“Perfecto”, dijo él. “Ocho es suficiente por ahora. No queremos arriesgar la forma.”
Pero Kaylay no estaba decepcionada. Al contrario. Ocho repeticiones con 15 kilos. Hace dos semanas, no podía hacer diez sentadillas sin peso.
Cuando salió del gym esa noche a las 7:30 PM, el cielo ya estaba oscuro. Kaylay caminó hacia su coche con una sensación extraña en el pecho. Tardó un momento en identificarla.
Era orgullo.
Orgullo real, genuino, por lo que había logrado.
Capítulo 9: La Revelación
La tercera semana comenzó diferente. El lunes, cuando llegó la hora de prepararse para ir al gym, Kaylay no sintió esa resistencia habitual. Se cambió de ropa casi en automático, agarró su botella de agua, y salió.
En el camino, se dio cuenta de algo sorprendente: no había tenido que convencerse. Simplemente fue.
“Raro”, murmuró para sí misma.
Marcos notó algo diferente en ella cuando llegó. “Te ves bien”, comentó. “Diferente.”
“¿Diferente cómo?”
“No sé. Más… presente. Más aquí.”
Tenía razón. Kaylay ya no llegaba al gym con esa actitud de “quiero que esto termine ya”. Llegaba lista para trabajar.
Esa semana, Marcos introdujo ejercicios nuevos. Peso muerto convencional, hip thrusts, fondos en banco, elevaciones con cable. Cada nuevo movimiento era un desafío, pero Kaylay los enfrentaba con una actitud completamente diferente a la de tres semanas atrás.
“Enséñame la forma correcta”, pedía, en lugar de quejarse de lo difícil que era.
“¿Puedo intentar con más peso?” preguntaba, en lugar de buscar la opción más fácil.
El miércoles, algo extraordinario sucedió. Estaban en medio de un entrenamiento de brazos cuando Kaylay se miró en el espejo mientras hacía curls. Por primera vez, no vio a alguien torpe e insegura. Vio a alguien que sabía lo que hacía.
Sus brazos, aunque no dramáticamente más grandes, se veían más definidos. Su postura era mejor. Su cara mostraba concentración en lugar de sufrimiento.
“Marcos”, dijo después de terminar la serie.
“¿Sí?”
“Ya no me duele como antes. Después de entrenar, me siento cansada, pero no destruida. ¿Eso es normal?”
Marcos sonrió ampliamente. “Eso significa que tu cuerpo se adaptó. Ya no estás en la fase de shock inicial. Ahora estás en la fase de construcción.”
“¿Entonces puedo hacer más?”
“¿Quieres hacer más?”
Kaylay lo pensó. Hace tres semanas, la idea de hacer “más” entrenamiento le habría parecido una locura. Pero ahora…
“Sí”, respondió con certeza. “Quiero más peso. Más repeticiones. Más desafío.”
Marcos levantó una ceja, impresionado pero no sorprendido. “Sabía que llegaría este día.”
“¿En serio?”
“Vi esa chispa en tus ojos desde la segunda semana. Las personas que desarrollan esa chispa siempre llegan a este punto. Cuando el ejercicio deja de ser una obligación y se convierte en un desafío que quieres conquistar.”
Esa noche, Kaylay llegó a su departamento con una energía diferente. Andrea estaba en la sala y levantó la vista cuando entró.
“Te ves… radiante”, comentó.
“¿En serio?” Kaylay se miró en el espejo del recibidor. Su cara estaba sonrojada del ejercicio, su cabello recogido en un moño despeinado, su ropa húmeda de sudor. Pero Andrea tenía razón. Había algo diferente en ella. Algo brillante.
“Me siento bien”, dijo Kaylay, sorprendida por la verdad de esas palabras. “Por primera vez en mucho tiempo, me siento realmente bien.”
Capítulo 10: La Transformación Completa
Un mes. Cuatro semanas. Veinte sesiones de entrenamiento.
Kaylay estaba parada frente al espejo de su cuarto un sábado por la mañana, observándose. Los cambios físicos eran sutiles pero innegables. Sus piernas se veían más tonificadas. Su abdomen era más plano. Sus brazos tenían una definición que no estaba ahí antes. Su postura era completamente diferente, más erguida, más segura.
Pero los cambios reales no eran los que podía ver en el espejo.
El lunes de la cuarta semana, Kaylay llegó al gym a las 5:50 PM, diez minutos antes. Era la primera en llegar. Se cambió tranquilamente, preparó su estación, y esperó a Marcos estirando.
Cuando él llegó, sonrió. “Llegaste temprano.”
“Quería calentar antes de empezar”, respondió Kaylay como si fuera lo más natural del mundo.
Ese día trabajaron pierna con pesos que hace un mes le habrían parecido imposibles. Sentadillas con 20 kilos, peso muerto con 25, zancadas sosteniendo mancuernas de 5 kilos en cada mano. Kaylay gruñía con el esfuerzo, sudaba, sus músculos ardían, pero no se detenía.
“¡Una más!” la animaba Marcos. “¡Tú puedes!”
Y Kaylay podía. Y lo hacía.
Cuando terminaron, estaba exhausta pero eufórica. “Marcos”, dijo mientras descansaba, bebiendo agua. “Hace un mes, si me hubieras dicho que podría hacer esto, no te habría creído.”
“Pero lo hiciste. Y lo que es más importante, lo hiciste tú sola. Yo solo te guié. La fuerza, la disciplina, la consistencia… todo eso vino de ti.”
Esa semana, algo más cambió. Andrea, quien había observado la transformación de Kaylay con fascinación, le dijo que quería intentarlo también.
“¿Me acompañas al gym?” preguntó el miércoles. “Quiero empezar pero me da miedo ir sola.”
Kaylay recordó exactamente cómo se sentía hace un mes. El miedo, la inseguridad, la sensación de no pertenecer a ese mundo.
“Por supuesto”, respondió. “Marcos también puede entrenarte. Es increíble.”
Ir al gym con Andrea fue revelador.