Oh oh
- Lectura en 16 minutos - 3329 palabrasEl Despertar de la Estudiante: Un Nuevo Comienzo
Una historia de Kaylay
Capítulo 1: Una Mañana Diferente
Kaylay abrió los ojos y miró su reloj. 9:30 AM.
“Perfecto”, murmuró con una sonrisa, estirándose en su cama. Para ella, despertar a las 9:30 era temprano, especialmente considerando que últimamente había estado despertando después del mediodía.
Se levantó con una energía extraña, como si su cuerpo supiera que hoy sería un día importante, aunque ella todavía no lo sabía.
Se puso sus pantuflas favoritas y salió de su cuarto. La casa estaba tranquila, con esa paz que tienen las mañanas cuando el día apenas empieza a desarrollarse.
“Buenos días, mamá”, saludó al pasar por la cocina.
“Buenos días, mi amor. Despertaste temprano hoy”, respondió su mamá con una sonrisa. “¿Quieres desayuno?”
“En un rato, mamá. Primero voy a darles de comer a los conejos.”
Kaylay salió al patio trasero donde tenía a sus conejos. Eran su responsabilidad y su alegría. Tres conejitos peludos que saltaban emocionados cada vez que la veían.
“Buenos días, bebés”, les dijo con ternura mientras les preparaba su comida. Les puso heno fresco, zanahorias picadas, y les cambió el agua. Los conejos comían felices mientras Kaylay los observaba con cariño.
“Ustedes sí que tienen la vida resuelta”, les dijo, acariciando a uno de ellos. “Comer, dormir, jugar. Ojalá fuera tan fácil.”
Después de asegurarse de que sus conejos estuvieran bien, regresó a la casa. Tenía cosas que hacer: arreglarse, ordenar su cuarto, tal vez desayunar algo.
No sabía que su día estaba a punto de tomar un giro completamente diferente.
Capítulo 2: El Sonido de la Impresora
Kaylay estaba en la sala con su mamá, hablando sobre sus planes para la semana, cuando escuchó un sonido familiar: la impresora.
Clic, clic, clic. El sonido de las hojas siendo jaladas y procesadas.
“¿Quién está imprimiendo?” preguntó, curiosa.
“Debe ser tu hermano”, respondió su mamá sin darle mucha importancia.
Pero Kaylay sintió curiosidad. Su hermano mayor, Mateo, generalmente imprimía cosas del trabajo o de sus proyectos personales. Pero había algo en el sonido - la cantidad de hojas siendo impresas - que le llamó la atención.
Se levantó y caminó hacia la oficina de su hermano. La puerta estaba abierta y Mateo estaba de pie junto a la impresora, organizando papeles.
“¿Qué estás imprimiendo?” preguntó Kaylay desde la puerta.
Mateo se volteó con una sonrisa misteriosa. “Algo para ti.”
“¿Para mí?” Kaylay se acercó, intrigada. “¿Qué es?”
Mateo le mostró las hojas. Eran exámenes. Exámenes de preuniversitario.
“Matemáticas, comprensión verbal, razonamiento lógico”, enumeró Mateo. “Pensé que era hora de que volvieras a estudiar.”
Kaylay sintió una mezcla de emociones. Nerviosismo, porque hacía tiempo que no estudiaba formalmente. Pero también… ¿emoción? Sí, definitivamente emoción.
“¿En serio?” preguntó, tomando uno de los exámenes. Las preguntas se veían complejas, desafiantes.
“En serio”, confirmó Mateo. “Mira, Kay, sé que has estado ocupada con otras cosas - el gym, tu salud, todo eso. Pero también sé que tienes metas académicas. Y si quieres entrar a la universidad, necesitas prepararte.”
Kaylay asintió lentamente. Tenía razón. Había dejado los estudios en segundo plano por meses, enfocándose en su salud física y mental. Pero siempre había sabido que eventualmente tendría que regresar a los libros.
“¿Qué quieres que haga?” preguntó.
“Termina lo que estás haciendo. Desayuna, arréglate, haz lo que necesites hacer. Pero cuando termines, sube a mi oficina. Te voy a dar estos exámenes y quiero ver cuánto logras hacer. Sin presión, sin estrés. Solo quiero ver dónde estás parada académicamente.”
Kaylay tragó saliva. “Okay. Dame como una hora.”
“Tómate tu tiempo”, dijo Mateo con una sonrisa alentadora. “Esto no es un castigo, Kay. Es una oportunidad.”
Capítulo 3: La Preparación Mental
Kaylay regresó a su cuarto con mariposas en el estómago. Se miró en el espejo.
“Puedes hacer esto”, se dijo. “Es solo un examen de práctica. No es el fin del mundo si te va mal.”
Pero aún así estaba nerviosa. Porque le importaba. Quería hacerlo bien. Quería demostrarle a su hermano - y a sí misma - que todavía era inteligente, que todavía podía aprender.
Se duchó rápidamente, pensando en fórmulas matemáticas que había aprendido hace meses. ¿Cuál era la fórmula del área de un círculo? ¿Cómo se resolvían ecuaciones cuadráticas?
Su mente estaba oxidada, como una máquina que no se había usado en mucho tiempo. Pero estaba ahí. El conocimiento estaba en algún lugar de su cerebro, solo necesitaba despertarlo.
Se vistió con ropa cómoda - sudadera y pants - porque sabía que iba a estar sentada concentrándose por un buen rato. Se recogió el cabello en un moño alto para que no la distrajera.
“Estás actuando como si fuera un examen real”, se rio de sí misma. Pero no podía evitarlo. Cuando Kaylay hacía algo, lo hacía en serio.
Bajó a desayunar. Su mamá le había preparado huevos revueltos con tostadas.
“¿Lista para estudiar?” preguntó su mamá con una sonrisa.
“Creo que sí”, respondió Kaylay, aunque no estaba completamente segura. “Estoy nerviosa.”
“Es normal. Hace tiempo que no estudias formalmente. Pero tu hermano tiene razón. Necesitas retomar tus estudios si quieres lograr tus metas.”
“Lo sé, mamá. Es solo que… ¿y si me va muy mal? ¿Y si me doy cuenta de que olvidé todo?”
Su mamá se sentó junto a ella y tomó su mano. “Entonces sabrás desde dónde empezar. Kaylay, el conocimiento no desaparece completamente. Solo necesita ser despertado. Como un músculo que no has usado en un tiempo - al principio duele, pero luego se fortalece.”
Esas palabras le dieron a Kaylay un poco de confianza.
Terminó su desayuno, lavó su plato, respiró profundo, y subió las escaleras hacia la oficina de su hermano.
Era hora.
Capítulo 4: Enfrentando el Desafío
La oficina de Mateo era un espacio ordenado pero acogedor. Había un escritorio grande con una computadora, estantes llenos de libros, y una silla cómoda. Mateo había preparado un espacio para Kaylay: los exámenes impresos, un lápiz, un borrador, y una calculadora.
“Lista?” preguntó Mateo cuando Kaylay entró.
“Lista”, respondió Kaylay, aunque su corazón latía rápido.
“Okay, aquí están las reglas”, explicó Mateo. “Tienes dos horas para completar todo lo que puedas. No espero que termines todo, solo quiero ver cuánto logras hacer. Empieza con lo que te parezca más fácil. Si te atoras en algo, márcalo y sigue adelante. ¿Entendido?”
“Entendido.”
“Y Kay”, Mateo puso una mano en su hombro, “no te presiones demasiado. Este es solo un diagnóstico. Para saber desde dónde empezamos.”
Kaylay asintió y se sentó. Mateo salió de la oficina, cerrando la puerta suavemente detrás de él, dándole privacidad para concentrarse.
Kaylay miró los exámenes frente a ella. Había tres secciones: Matemáticas, Comprensión Verbal, y Razonamiento Lógico.
“Okay, Kaylay”, se dijo en voz baja. “Puedes hacer esto. Concéntrate.”
Decidió empezar con Matemáticas porque siempre había sido su materia favorita. Abrió el examen y leyó la primera pregunta.
Si f(x) = 2x + 3, ¿cuál es el valor de f(5)?
“Fácil”, pensó. Sustituyó el 5 en la fórmula. 2(5) + 3 = 13. Primera pregunta: correcta.
La segunda pregunta era sobre geometría. Calcular el área de un triángulo. Base por altura dividido entre dos. También la hizo bien.
Pero a medida que avanzaba, las preguntas se volvían más difíciles. Ecuaciones cuadráticas. Problemas de trigonometría. Cálculo de probabilidades.
Kaylay sentía su mente trabajando, tratando de recordar fórmulas que había aprendido hace meses. Algunas venían fácilmente. Otras… simplemente no estaban ahí.
“Vamos, Kay, ¿cómo se resolvía esto?” se preguntaba, mirando una pregunta sobre funciones logarítmicas. “Lo sabía. Sé que lo sabía.”
Pero su mente estaba en blanco. Como si esa información estuviera guardada en un archivo al que ya no podía acceder.
Con frustración, marcó la pregunta y siguió adelante.
Capítulo 5: La Lucha con las Palabras
Después de cuarenta minutos con Matemáticas, Kaylay decidió cambiar a Comprensión Verbal. Tal vez un cambio de ritmo la ayudaría.
La primera sección era sinónimos y antónimos. Relativamente fácil. Kaylay tenía buen vocabulario y esas preguntas fluyeron bien.
Luego vino un texto largo sobre la deforestación en el Amazonas. Tenía que leer y responder preguntas sobre la idea principal, los argumentos del autor, y hacer inferencias.
Kaylay leyó el texto una vez. Luego otra vez. Su concentración no era perfecta - su mente seguía volviendo a las preguntas de matemáticas que no había podido resolver.
“Concéntrate”, se reprendió a sí misma. “Estás aquí. Ahora. Lee.”
Respondió las preguntas lo mejor que pudo, pero no estaba segura de muchas de sus respuestas. Algunas eran suposiciones educadas más que conocimiento seguro.
El tiempo pasaba. Kaylay podía sentir la fatiga mental comenzando a instalarse. No estaba acostumbrada a este nivel de concentración sostenida. Los últimos meses había estado enfocándose en su cuerpo - el gym, su salud, la anemia. Su mente académica estaba… dormida, como ella misma pensaba.
“Mi mente está durmiendo”, murmuró, frotándose los ojos. “Necesito despertarla.”
Miró el reloj. Había pasado una hora y quince minutos. Decidió intentar algunas preguntas de Razonamiento Lógico antes de que se acabara el tiempo.
Estas eran más intuitivas, menos basadas en conocimiento memorizado. Patrones, secuencias, problemas lógicos.
Kaylay se sorprendió al darse cuenta de que estas las estaba haciendo mejor. Su cerebro respondía bien a este tipo de pensamiento.
“Interesante”, pensó. “Tal vez mi mente lógica no está tan dormida como pensé.”
Capítulo 6: El Resultado
Cuando sonó la alarma indicando que las dos horas habían terminado, Kaylay dejó su lápiz con un suspiro.
No había terminado todo. Ni cerca. Había completado tal vez el 70% del examen de Matemáticas, el 80% de Comprensión Verbal, y el 60% de Razonamiento Lógico.
Y de lo que había completado, no estaba segura de cuánto estaba correcto.
Mateo entró a la oficina. “¿Cómo te fue?”
“No sé”, respondió Kaylay honestamente. “Algunas cosas las recordaba. Otras… es como si mi cerebro las hubiera borrado.”
“Normal”, dijo Mateo, tomando los exámenes. “Dame media hora para calificarlos. Ve a descansar, toma agua, relájate.”
Kaylay bajó las escaleras sintiéndose mental y emocionalmente agotada. Su mamá la encontró en la sala.
“¿Cómo te fue, mi amor?”
“No lo sé, mamá. Me esforcé, me concentré, pero olvidé muchas cosas.”
“Es el primer paso”, le recordó su mamá. “Nadie espera que seas perfecta después de meses sin estudiar formalmente.”
Media hora después, Mateo la llamó de vuelta a la oficina. Kaylay subió las escaleras con el corazón en la garganta.
Los exámenes estaban sobre el escritorio, marcados con rojo.
“Okay”, dijo Mateo, “vamos a ver los resultados.”
Kaylay se sentó, preparándose mentalmente.
“Matemáticas: 5 de 20. Comprensión Verbal: 7 de 20. Razonamiento Lógico: 6 de 20.”
Kaylay hizo las cuentas rápidamente en su cabeza. Un promedio de aproximadamente 6 de 20.
“06 de nota”, murmuró. “Saqué 06.”
Su primera reacción fue decepción. Solo 06. Eso era… bajo. Muy bajo.
Pero Mateo estaba sonriendo.
“¿Por qué sonríes?” preguntó Kaylay. “Saqué 06, Mateo. Eso es horrible.”
“¿Sabes qué veo yo?” respondió su hermano. “Veo a alguien que hace meses no toca un libro académico y aún así logró responder correctamente 18 de 60 preguntas. Veo a alguien que se sentó durante dos horas y se concentró, incluso cuando era difícil. Veo a alguien que se esforzó.”
“Pero 06…”
“Es un punto de partida, Kay. No un punto final.” Mateo se inclinó hacia adelante. “Hace seis meses, con tu anemia y todo lo que estabas pasando, probablemente no habrías podido ni sentarte aquí durante dos horas. Y sin embargo, lo hiciste. Te concentraste. Lo intentaste. Eso es lo que importa.”
Kaylay sintió lágrimas formándose en sus ojos. “Olvidé tantas cosas que me habían enseñado.”
“Y las volverás a aprender”, aseguró Mateo. “El conocimiento no desaparece, solo se archiva. Necesitamos desempolvarlo, reorganizarlo, reforzarlo. Pero está ahí, Kay. Tu inteligencia sigue ahí.”
“¿De verdad lo crees?”
“Lo sé”, dijo Mateo con certeza. “Y sabes qué más sé? Que si empezamos ahora, si te comprometes a estudiar regularmente, en tres meses estos mismos exámenes los vas a sacar con 15 o más. Te conozco, Kay. Cuando te propones algo, lo logras.”
Capítulo 7: El Plan de Acción
Kaylay se secó las lágrimas y respiró profundo. Mateo tenía razón. 06 no era el fin del mundo. Era un comienzo.
“Okay”, dijo con determinación renovada. “¿Qué hacemos ahora?”
Mateo sonrió, complacido con su actitud. “Ahora hacemos un plan.”
Sacó una libreta y empezó a escribir.
“Vamos a empezar despacio. No quiero que te satures. Dos horas de estudio al día, cinco días a la semana.”
“¿Solo dos horas?” preguntó Kaylay.
“Solo dos horas, pero BUENAS dos horas. Concentradas, sin distracciones. Calidad sobre cantidad.” Mateo siguió escribiendo. “Lunes y miércoles: Matemáticas. Martes y jueves: Comprensión Verbal. Viernes: Razonamiento Lógico y repaso general.”
“¿Y los fines de semana?”
“Descanso. Tu cerebro necesita tiempo para procesar y consolidar lo que aprendes. Además, tienes tus conejos, tu gym, tu vida. No quiero que los estudios consuman todo.”
Kaylay asintió. Sonaba razonable. Sostenible.
“Voy a crear un cronograma para ti”, continuó Mateo. “Empezaremos con lo básico y gradualmente aumentaremos la dificultad. Cada dos semanas haremos un examen de práctica para medir tu progreso.”
“¿Y si no mejoro?” preguntó Kaylay con inseguridad.
“Mejorarás”, dijo Mateo con confianza. “Siempre y cuando seas consistente. Kay, tu problema no es falta de inteligencia. Es falta de práctica reciente. Y eso se soluciona con tiempo y esfuerzo.”
“Okay”, asintió Kaylay. “Empezamos mañana?”
“Empezamos mañana”, confirmó Mateo. “9:00 AM. Aquí en la oficina. Primera sesión: álgebra básica.”
Cuando Kaylay bajó las escaleras, se sentía diferente. Sí, había sacado 06. Sí, había olvidado muchas cosas. Pero también había redescubierto algo: su capacidad de concentrarse, de intentar, de esforzarse.
Su mamá la esperaba en la cocina. “¿Y bien?”
“Saqué 06”, dijo Kaylay. “Pero…” una sonrisa apareció en su rostro, “me esforcé. Me concentré. Y voy a mejorar.”
“Esa es mi hija”, dijo su mamá con orgullo, abrazándola.
Capítulo 8: Reflexiones de la Tarde
Esa tarde, Kaylay salió al patio con sus conejos. Se sentó en el pasto mientras ellos brincaban a su alrededor, y reflexionó sobre su día.
Había empezado como una mañana normal. Despertar a las 9:30, alimentar a sus conejos, charlar con su mamá. Pero se había convertido en algo más. Un punto de inflexión.
“Necesito integrarme otra vez a mis estudios”, dijo en voz alta, como si decirlo lo hiciera más real. “Lo necesito mucho.”
Porque Kaylay tenía sueños. Quería ir a la universidad. Quería tener una carrera. Quería demostrar - principalmente a sí misma - que era capaz de más.
Los últimos meses habían sido sobre su salud física: el gym, la anemia, comer bien, dormir bien. Y todo eso había sido necesario e importante.
Pero ahora era tiempo de alimentar otra parte de ella: su mente.
“Mi mente estaba durmiendo”, pensó, acariciando a uno de sus conejos. “Pero hoy la desperté. Y aunque solo saqué 06, fue un comienzo.”
Uno de sus conejos, el más pequeño y travieso, saltó a su regazo. Kaylay lo acarició suavemente.
“¿Saben, pequeños?” les dijo a sus conejos. “Ustedes no tienen que preocuparse por exámenes o calificaciones. Pero yo sí. Y está bien. Porque también tengo la capacidad de aprender, de crecer, de mejorar.”
El sol de la tarde creaba sombras largas en el patio. Kaylay cerró los ojos y sintió la calidez en su rostro.
Se dio cuenta de algo importante: estaba orgullosa de sí misma. No por sacar 06, sino por intentarlo. Por no rendirse cuando las preguntas eran difíciles. Por sentarse durante dos horas y dar lo mejor de sí.
Eso era más valioso que cualquier calificación.
Capítulo 9: Una Promesa a Sí Misma
Más tarde esa noche, antes de dormir, Kaylay abrió su diario. No había escrito en él en semanas, pero sintió la necesidad de documentar este día.
Escribió:
“Hoy fue un día importante. No porque pasó algo extraordinario, sino porque tomé una decisión: volver a estudiar.
Mi hermano Mateo me dio exámenes de preuniversitario. Matemáticas, comprensión verbal, razonamiento lógico. Me senté durante dos horas y me concentré. Realmente me concentré, sin distracciones, sin excusas.
Saqué 06 de promedio. Solo 06 de 20 posibles.
Mi primera reacción fue decepción. Pero luego me di cuenta de algo: hace seis meses, cuando estaba lidiando con anemia severa, probablemente no habría podido ni concentrarme durante dos horas. Y sin embargo, hoy lo hice.
Sí, olvidé muchas cosas. Fórmulas que alguna vez supe. Conceptos que alguna vez entendí. Mi mente estaba durmiendo, como en hibernación.
Pero hoy la desperté.
Y aunque solo saqué 06, me esforcé. Me concentré. Intenté. Y eso cuenta para algo.
Mateo dice que tengo inteligencia, solo necesito práctica. Dice que en tres meses estaré sacando 15 o más. Quiero creerle.
Desde mañana, voy a estudiar dos horas diarias, cinco días a la semana. Voy a reaprender lo que olvidé. Voy a integrarme otra vez a mis estudios porque lo necesito. Mucho.
No solo porque quiero entrar a la universidad (aunque sí quiero). Sino porque quiero demostrarme a mí misma que puedo. Que soy más que mi anemia, más que mis inseguridades, más que mis miedos.
Hoy saqué 06. Pero no me voy a quedar en 06.
Esta es mi promesa: voy a mejorar. Voy a estudiar. Voy a concentrarme. Y en tres meses, cuando vuelva a hacer estos mismos exámenes, voy a sonreír al ver la diferencia.
No por ser perfecta. Sino por demostrar que el esfuerzo vale la pena. Que la consistencia importa. Que nunca es tarde para volver a empezar.
Hoy desperté a las 9:30 AM. Alimenté a mis conejos. Me arreglé. Escuché la impresora. Y mi vida cambió un poquito.
Porque hoy, decidí volver a ser estudiante.
Y eso, para mí, es más importante que cualquier calificación.”
Kaylay cerró su diario y configuró su alarma para las 8:30 AM. Mañana empezaría su primera sesión oficial de estudio a las 9:00 AM.
Estaba nerviosa pero también emocionada. Ese mismo sentimiento raro que tuvo en la mañana había regresado.
Apagó la luz y se acurrucó en su cama.
“06 no es el fin”, murmuró en la oscuridad. “Es el principio.”
Y con esa determinación en su corazón, se durmió, soñando con ecuaciones, palabras, y números que esperaban ser conquistados.
Epílogo: Tres Meses Después
Tres meses después, Kaylay tomó los mismos exámenes otra vez.
Se sentó en la oficina de Mateo, con la misma calculadora, el mismo lápiz, pero con una mente completamente diferente.
Esta vez, las fórmulas fluían. Los conceptos estaban claros. Su mente ya no estaba durmiendo - estaba alerta, activa, lista.
Cuando Mateo calificó los exámenes, sonrió.
“Matemáticas: 16 de 20. Comprensión Verbal: 15 de 20. Razonamiento Lógico: 17 de 20.”
Kaylay miró los números, procesándolos lentamente. Un promedio de 16 de 20.
“Pasé de 06 a 16”, susurró, con lágrimas en sus ojos.
“Te lo dije”, respondió Mateo con orgullo. “Solo necesitabas práctica. Y consistencia. Y lo hiciste, Kay. Estudiaste dos horas al día, cinco días a la semana, durante tres meses. Y mira el resultado.”
Kaylay se cubrió la cara con las manos, llorando pero sonriendo al mismo tiempo.
“No puedo creer que lo hice.”
“Yo siempre lo creí”, dijo Mateo. “Porque te conozco. Cuando decides que quieres algo, no hay nada que te detenga.”
Esa noche, Kaylay escribió una última entrada en su diario sobre esta experiencia:
“Hoy saqué 16 de promedio en los mismos exámenes donde hace tres meses saqué 06.
¿Cómo lo hice? Esfuerzo. Concentración. Consistencia. Y la creencia de que podía mejorar.
Hace tres meses, mi mente estaba durmiendo. Hoy, está despierta.
Esta experiencia me enseñó algo valioso: nunca es tarde para empezar de nuevo. Nunca es tarde para integrarme, para aprender, para crecer.
Empecé con 06. Terminé con 16.
Y eso me demuestra que cualquier cosa es posible cuando te lo propones.
Este es solo el comienzo. Tengo mucho más que aprender. Pero ya no tengo miedo.
Porque ahora sé que puedo hacerlo.”
FIN
“El éxito no se mide por dónde empiezas, sino por cuánto creces. Kaylay empezó con 06, pero su verdadera victoria fue decidir no quedarse ahí.”