La gamer
- Lectura en 7 minutos - 1379 palabrasMi Vicio Bueno
Me estoy enviciando con el PlayStation 5. Pero no del tipo de vicio que preocupa a las madres o del que hablan los artículos sobre “adicción a los videojuegos”. Es un vicio bueno. De esos que te hacen crecer sin darte cuenta.
Todo empezó como siempre empiezan estas cosas: con tiempo libre y curiosidad. Compré la consola pensando que sería solo entretenimiento, algo para desconectar después del día. No sabía que estaba a punto de conectar con el mundo entero.
Ahora mis días giran alrededor de los horarios de mis amigos. No amigos de aquí, de mi ciudad, de mi país. Amigos de Brasil que me enseñan a decir “tá ligado?” cuando entiendo algo. Amigos de Argentina que me explican por qué dicen “che” en cada frase. Colombianos que me hacen reír con sus expresiones que nunca había escuchado. Chilenos que hablan tan rápido que al principio pensaba que mi conexión tenía lag. Bolivianos que me cuentan de lugares que ni sabía que existían.
Es raro cómo funciona esto. Te pones los audífonos, prendes la consola, y de repente estás en una sala de chat con personas que están a miles de kilómetros de ti, pero que se sienten más cercanas que muchos de los que tienes al lado. Porque cuando juegas con alguien durante horas, cuando planifican estrategias juntos, cuando se ríen de los mismos errores estúpidos, cuando se celebran las victorias como si fueran propias… eso crea vínculos reales.
Y no es solo el juego. Es todo lo que viene con ello.
“¿Cómo se dice esto en tu país?” “¿Qué hora es allá?” “¿Hace frío donde vives?” “¿Cómo está la situación por tu lado?”
Sin darme cuenta, me convertí en estudiante de culturas, en coleccionista de acentos, en experta en horarios de diferentes zonas. Aprendí que en Argentina almuerzan tardísimo, que en Brasil usan diminutivos para todo, que en Chile tienen palabras que no existen en ningún otro lugar del mundo.
Y lo más loco es que ahora que escucho todos estos acentos y palabras todos los días, se me están pegando. A veces hablo mezclado y es súper divertido. Puedo estar hablando normal y de repente salir con un “boludo” argentino, o terminar las frases como brasileña, o usar una expresión chilena que ni yo sé bien qué significa pero que suena perfecta para el momento. Es loco cómo el cerebro absorbe todo eso sin que te des cuenta, y después lo mezcla y lo escupe cuando menos te lo esperas.
Pero también aprendí cosas más profundas. Que la frustración suena igual en todos los idiomas cuando pierdes una partida importante. Que la alegría de ganar se comparte sin necesidad de traducción. Que la amistad se puede construir a través de pixels y audífonos, y ser tan real como cualquier otra.
Y entonces, en algún momento entre una partida y otra, entre una broma y una estrategia, empecé a soñar despierta.
Me veo en un año, tal vez dos. Mis amigos de todos estos países ya no son solo voces en mis audífonos - son mi equipo. Mi verdadero equipo. Participamos en torneos juntos, tenemos patrocinadores, la gente sabe nuestros nombres. No solo jugamos; vivimos del juego.
Me imagino viajando para conocerlos en persona. Buenos Aires, São Paulo, Bogotá, Santiago, La Paz. Ciudades que antes eran solo nombres en el mapa y ahora son lugares donde me esperan amigos reales. Me imagino el momento de abrazarlos después de meses o años de solo escucharnos.
Me veo streamando, con cientos, miles de personas viendo cómo juego. No por vanidad, sino porque encontré algo que me gusta tanto que podría hacerlo profesionalmente. Porque soy buena. Porque cada día soy mejor. Porque este “vicio” que empezó por diversión se está convirtiendo en mi futuro.
¿Es loco pensar que puedo ganar dinero haciendo algo que me encanta? ¿Es naive creer que esta conexión que siento con gente de tantos países puede convertirse en algo más grande?
Tal vez. Pero ahora mismo, mientras escribo esto, está sonando mi celular. Es el grupo de WhatsApp que tenemos - brasileños, argentinos, colombianos, chilenos, bolivianos y yo. Están planeando la sesión de esta noche. Discutiendo estrategias, coordinando horarios, riéndose de memes que solo nosotros entendemos.
Y yo sé que en unas horas voy a estar ahí, con mis audífonos puestos, hablando con mis amigos del continente, mejorando mi juego, construyendo mi futuro partida por partida.
Así que sí, me estoy enviciando con el PlayStation 5.
Y no podría estar más feliz con mi vicio.
Los Privilegios de Ser la Única
Hay algo que no mencioné en mi historia del gaming: soy la única mujer del grupo.
Y eso viene con su propio mundo de ventajas y desventajas que ni imaginaba cuando empecé todo esto.
Por un lado, tengo privilegios que hasta me dan risa. Algunos del grupo me tratan como su hermana menor - me protegen, me cuidan, se preocupan por mí de una manera que es súper tierna. Otros me tratan exactamente como a cualquier otro del equipo, como un hombre más, sin diferencias. Y eso también está genial porque significa que respetan mi juego.
Pero lo que más me divierte es cómo me consienten.
Cuando necesito armas nuevas en el juego, siempre hay alguien dispuesto a comprarme lo que me falta. “No te preocupes, yo te paso las monedas”, me dicen. Y no es condescendiente, es como… protector? Como si quisieran asegurarse de que tenga las mejores herramientas para jugar bien.
Y cada vez que me muero en el juego - que pasa más seguido de lo que me gustaría admitir - inmediatamente todos dejan lo que están haciendo para venir a revivirme. Sin importar que ellos se pongan en riesgo. Sin importar que puedan morir en el intento. Es como si mi supervivencia en el juego fuera prioridad número uno para todo el grupo.
“Calma, ya vamos por ti”, escucho cada vez que caigo.
Y siempre vienen. Todos. Aunque estén en medio de una misión importante, aunque estén peleando con otros enemigos, aunque sea arriesgado. Es como tener un ejército de hermanos mayores sobreprotectores, pero en versión gamer.
Nos apoyamos muchísimo. Cuando alguno de ellos tiene un mal día, cuando pierden partidas importantes, cuando se frustran con el juego, yo estoy ahí para animarlos. Y cuando yo tengo malos días - que también los tengo - ellos me levantan el ánimo de formas que ni mis amigas de la vida real logran hacer a veces.
Es raro, pero este grupo de chicos de diferentes países se ha convertido en mi red de apoyo más sólida.
Pero no todo es color rosa.
A veces siento que tengo que demostrar el doble que soy buena jugando. Como si mi lugar en el grupo dependiera no solo de ser buena compañía, sino de verdaderamente merecer estar ahí por mis habilidades.
Hay momentos donde percibo que algunos dudan si de verdad puedo manejar ciertas misiones difíciles, o si debería quedarme atrás en las partes más complicadas. Y eso me da una rabia que me impulsa a jugar aún mejor, a demostrar que no solo puedo estar ahí, sino que puedo ser tan buena o mejor que cualquiera.
También está el tema de que a veces me siento como el centro de atención, y no siempre es cómodo. Como si todo lo que hago fuera más observado, más comentado, más analizado. Mis errores se notan más, pero también mis aciertos.
Y luego están los otros jugadores que no son de nuestro grupo. Cuando descubren que soy mujer, algunos se vuelven súper raros - demasiado amables, demasiado serviciales, como si necesitara ayuda especial. Otros se vuelven más agresivos, como si tuvieran que demostrar algo contra mí.
Pero sabes qué? Al final del día, cuando estamos todos en el chat, riéndonos de alguna tontería que pasó en el juego, cuando estamos planeando la estrategia para mañana, cuando me están enseñando algún truco nuevo o yo les estoy contando algo de mi día…
En esos momentos no soy “la única mujer del grupo”.
Soy solo yo. Su amiga gamer. Su compañera de equipo. Su hermana de batalla.
Y esos privilegios, esas desventajas, todo se vuelve secundario.
Porque al final, lo que importa es que tengo mi lugar aquí. Y me lo he ganado, partida por partida.