Lluvia de sinceridad
- Lectura en 4 minutos - 726 palabrasLo que buscamos
La lluvia caía sin prisa, golpeando los vidrios de la pequeña cafetería de la esquina. Ana había decidido entrar para refugiarse, y justo en una mesa cercana encontró a Daniel, un conocido de la universidad que no veía hacía tiempo. La casualidad, o tal vez el destino, los sentó frente a frente.
Después de unas risas por el reencuentro, la charla fue tomando un rumbo inesperado.
—Ana —dijo Daniel, moviendo su taza de café entre las manos—, siempre me ha intrigado algo. ¿Qué es lo que ustedes, las mujeres, buscan en un hombre?
Ella lo miró sorprendida, y luego sonrió con sinceridad.
—Pues… no es una respuesta fácil, Daniel. Mira, te voy a hablar con la verdad. Al principio, muchas mujeres somos superficiales. Nos fijamos en la apariencia, en que el hombre se vista bien, en que tenga cierto atractivo físico… y claro, también en que tenga dinero. No lo niego, porque sé que a veces nos dejamos llevar por lo que creemos que es seguridad.
Daniel la escuchaba con atención, sin interrumpir.
—Cuando eres más joven —continuó Ana—, piensas que un hombre que tiene dinero puede darte todo: regalos, viajes, estabilidad. Y sí, a veces somos interesadas. Pero con el tiempo descubres que eso no basta. Porque hay hombres con dinero que no saben amar, y hay hombres guapos que no saben respetar. Entonces entiendes que lo que de verdad buscamos es algo más profundo: alguien que nos escuche, que nos cuide en los pequeños detalles, que sea leal.
Ana hizo una pausa, mirando la ventana cubierta de gotas.
—¿Sabes? Un mensaje sencillo preguntando “¿cómo amaneciste?” puede hacernos sentir más valoradas que cualquier regalo costoso.
Daniel asintió con una leve sonrisa.
—Lo imaginaba. A veces nosotros, los hombres, creemos que ustedes solo quieren lo material. Y sí, hay mujeres que se quedan en eso… pero las verdaderas, las que valen, buscan lo que dices: amor sincero.
Ana lo miró fijamente.
—¿Y ustedes, Daniel? ¿Qué es lo que los hombres buscan en una mujer?
Él dejó la taza en la mesa, como si preparara bien sus palabras.
—Podría decirte que buscamos belleza, porque claro, nos atrae. Pero en realidad eso es lo primero, no lo más importante. Lo que de verdad buscamos es a una mujer que sea mujer de verdad. Y no me malinterpretes: no hablo de roles antiguos, hablo de esencia. Queremos a alguien femenina, delicada, que con su forma de hablar y de comportarse muestre ternura. Esa suavidad que equilibra la fuerza que tenemos los hombres.
Ana arqueó una ceja.
—¿Entonces para ustedes la feminidad es lo esencial?
—Sí —contestó Daniel con firmeza—. Porque un hombre puede admirar la inteligencia, la belleza o el éxito de una mujer, pero lo que lo enamora profundamente es esa esencia femenina: la delicadeza, la ternura, la manera de dar paz. Un hombre puede tener mil batallas afuera, pero busca que su hogar, y su mujer, sean su refugio.
Ella se quedó pensativa.
—Interesante… porque muchas veces nosotras confundimos fortaleza con dureza. Creemos que siendo frías o independientes al extremo vamos a impresionarlos, pero lo que ustedes valoran es justamente lo contrario: que seamos auténticas, sensibles.
Daniel sonrió.
—Exacto. No buscamos competencia, ni máscaras, ni alguien que intente ser lo que no es. Queremos autenticidad. Admiramos a la mujer que sabe ser femenina, sin perder su fuerza interior, porque ahí es cuando realmente la respetamos.
Ana lo escuchaba con atención, casi descubriendo algo nuevo sobre sí misma.
—¿Sabes, Daniel? Creo que tanto ustedes como nosotras empezamos fijándonos en lo equivocado. Nosotras en el dinero y la apariencia, ustedes en la belleza exterior. Y al final… lo que realmente importa está adentro.
—Así es —dijo él levantando la taza, como brindando—. Nos perdemos en lo superficial, pero lo verdadero siempre termina por imponerse.
Hubo un silencio cómodo entre ambos. La lluvia seguía golpeando los vidrios, pero ahora no parecía molestar. Ana bajó la mirada y sonrió tímidamente.
—Me alegra haberte encontrado hoy. Esta charla… me hizo pensar.
Daniel la miró con una expresión que iba más allá de la amistad.
—Tal vez no fue casualidad, Ana. Tal vez era necesario que lo habláramos justo ahora.
Ella sostuvo su mirada unos segundos más, y en ese cruce silencioso comprendieron que quizá habían encontrado algo que ambos buscaban sin saberlo: la verdad en la esencia del otro.