El inicio de un camino inesperado
- Lectura en 9 minutos - 1851 palabrasDesde el Principio
Al principio no me importaba nada el PlayStation 5.
Cuando mi hermano lo comprĂł, yo apenas lo miraba de reojo mientras pasaba por la sala. AhĂ estaba Ă©l, hipnotizado por la pantalla, con sus audĂfonos puestos, gritándole a personas que no podĂa ver. Yo pensaba: “QuĂ© pĂ©rdida de tiempo tan grande”. Para mĂ esa cosa era solo ruido y luces intermitentes.
PreferĂa mil veces sentarme en mi cuarto a ver videos en mi celular. YouTube, TikTok, Instagram - eso sĂ me entretenĂa. Los juegos me parecĂan aburridos, complicados, cosa de hombres. ÂżPara quĂ© me iba a estresar aprendiendo a manejar tantos botones cuando podĂa simplemente deslizar el dedo y ver contenido infinito?
Además, en esos dĂas tenĂa otras cosas en la cabeza. Otros problemas, otras preocupaciones que consumĂan toda mi energĂa mental. Los juegos eran lo Ăşltimo en lo que pensaba. Era como si mi cerebro estuviera en otra frecuencia completamente, una donde los videojuegos simplemente no existĂan.
Pero las cosas cambian, Âżverdad?
No fue de un dĂa para otro. Fue gradual, como cuando te vas acostumbrando a un sabor que al principio no te gustaba.
Después de meses de ver a mi hermano jugar, después de meses de escuchar esas conversaciones raras con sus amigos online, después de meses de ver cómo se emocionaba o se frustraba con las partidas, algo en mà empezó a cambiar.
Tal vez fue curiosidad. Tal vez fueron las circunstancias de mi vida que habĂan cambiado y ahora tenĂa espacio mental para otras cosas. Tal vez fue que una tarde, viĂ©ndolo jugar, pensĂ©: “ÂżSerá tan difĂcil como parece?”
La primera vez que lo intenté fue casi por accidente.
Mi hermano habĂa dejado el control en el sofá y se habĂa ido a la cocina. Yo estaba ahĂ, aburrida, sin nada que hacer. TomĂ© el control. Se sentĂa raro en mis manos, todos esos botones, todas esas palancas. Pero habĂa algo intrigante en esa complejidad.
“ÂżCĂłmo funciona esto?” me preguntĂ©.
EmpecĂ© jugando con bots. Al principio no por estrategia, sino porque no sabĂa ni cĂłmo acceder a partidas online. Pero resultĂł siendo perfecto. Los bots no juzgaban mi falta de habilidad. Los bots no se burlaban cuando me tomaba cinco minutos para hacer algo que cualquier jugador experimentado hace en cinco segundos.
Con los bots podĂa equivocarme sin vergĂĽenza.
Y me equivocaba mucho. Mucho. MovĂa el personaje para el lado equivocado, disparaba a las paredes, me caĂa de plataformas, me perdĂa en los mapas. Pero algo extraño pasaba cada vez que jugaba: no me aburrĂa. Al contrario, cada muerte, cada error, cada fracaso me daban más ganas de intentar de nuevo.
“Una más”, me decĂa. “Solo una partida más y ya paro”.
Pero nunca era solo una más.
Sin darme cuenta, habĂa empezado a engancharme. Pero era un enganche saludable - podĂa parar cuando querĂa, podĂa controlarme. No era como esas historias que escuchas de gente que se pierde en los juegos y abandona todo lo demás. Yo podĂa jugar por horas, pero tambiĂ©n podĂa levantarme, hacer otras cosas, volver al mundo real sin problemas.
Era como haber encontrado un nuevo hobbie que realmente me gustaba.
Pero quedarse jugando con bots para siempre era como aprender a nadar en la parte bajita de la piscina. En algĂşn momento, si quieres realmente aprender, tienes que meterte a la parte honda.
Mi parte honda fue Call of Duty online.
Dios mĂo, quĂ© masacre.
La primera vez que entré a una partida real, con jugadores reales, duré literalmente cinco segundos con vida. Ni siquiera tuve tiempo de entender qué estaba pasando antes de que me mataran. El segundo intento duré tal vez diez segundos. El tercero, si tuve suerte, quince.
Era frustrante de una manera que no sabĂa que existĂa. No era solo que fuera mala - era que era tan mala que ni siquiera podĂa aprender porque morĂa antes de procesar lo que estaba ocurriendo.
Pero aquĂ es donde entra mi hermano a la historia de manera diferente.
Al principio se burlaba un poco - no de mala manera, sino como se burlan los hermanos. “Te dije que era difĂcil”, decĂa mientras me veĂa morir una y otra vez. Pero despuĂ©s de un rato, cuando vio que yo no me rendĂa, que cada vez que morĂa volvĂa a intentar con más determinaciĂłn, algo cambiĂł en su actitud.
“ÂżQuieres que juguemos juntos?” me preguntĂł un dĂa.
Y asà empezó la época más intensa de gaming de mi vida.
Jugar con mi hermano era toda una experiencia. Él ya tenĂa años de ventaja, conocĂa los mapas como la palma de su mano, sabĂa exactamente cuándo disparar, cuándo esconderse, cuándo atacar. Y yo era… bueno, yo era yo. La principiante que todavĂa confundĂa los botones.
Pero habĂa algo hermoso en esa dinámica. Él me enseñaba con paciencia que no sabĂa que tenĂa. Me explicaba estrategias, me mostraba rutas secretas, me decĂa cuándo era buen momento para atacar y cuándo era mejor esperar.
Y yo perdĂa. PerdĂa mucho. PerdĂamos mucho.
HabĂa partidas donde el marcador final era tan vergonzoso que daba risa. HabĂa veces donde morĂamos tan rápido y tan seguido que parecĂa más una comedia que una competencia.
Pero yo no me rendĂa.
Creo que habĂa algo en mi personalidad que se conectĂł perfectamente con la naturaleza competitiva de los juegos. Cada muerte no era una derrota - era informaciĂłn. Cada partida perdida no era un fracaso - era práctica. Cada vez que algĂşn jugador mejor que yo me eliminaba, yo pensaba: “Está bien, pero la prĂłxima vez voy a estar lista”.
Y habĂa otro elemento que no esperaba: el desahogo emocional.
HabĂa dĂas donde llegaba cargada de frustraciones, de estrĂ©s, de emociones que no sabĂa cĂłmo procesar. Esos dĂas me sentaba frente a la consola y era como si hubiera encontrado el lugar perfecto para dejar salir toda esa energĂa acumulada.
En el juego podĂa ser agresiva sin lastimar a nadie real. PodĂa gritar, podĂa descargar toda mi furia, podĂa canalizar esas emociones intensas hacia algo que no tenĂa consecuencias en el mundo real. Era como tener un gimnasio emocional personal.
DespuĂ©s de una sesiĂłn intensa de gaming, me sentĂa vaciada pero de buena manera. Como cuando lloras mucho y despuĂ©s te sientes más ligera. El juego se habĂa convertido en mi forma de procesar cosas que no sabĂa cĂłmo manejar de otra manera.
Y lentamente, muy lentamente, empecé a mejorar.
Ya no morĂa en los primeros cinco segundos. Ahora duraba minutos enteros con vida. Ya no me perdĂa en los mapas - empezaba a conocerlos, a entender su lĂłgica. Ya no disparaba a las paredes - empezaba a darle a los enemigos, a veces incluso a eliminarlos.
Mi hermano empezĂł a notar el progreso.
“Oye, ya no juegas tan mal”, me dijo un dĂa, y viniendo de Ă©l, que nunca regalaba cumplidos, eso era como ganar un premio.
Pero el momento que cambiĂł todo fue cuando mi hermano tomĂł una decisiĂłn que no esperaba.
Una tarde, despuĂ©s de una sesiĂłn particularmente buena donde yo habĂa tenido varias eliminaciones y habĂamos ganado unas cuantas partidas, me mirĂł y me dijo algo que no olvidarĂ© jamás:
“Si quieres, puedes empezar a hacer amigos online. Conversar con otra gente. Creo que ya estás lista para eso”.
Me quedé perpleja.
No era solo que me estuviera dando permiso - era que habĂa reconocido oficialmente que yo ya no era una principiante que necesitaba supervisiĂłn constante. Era su manera de decirme: “Ya eres una gamer de verdad. Ya puedes volar sola”.
La felicidad que sentĂ en ese momento es difĂcil de describir. Era como si hubiera pasado un examen que no sabĂa que estaba tomando, como si hubiera cruzado una lĂnea invisible que me separaba del mundo de los “gamers reales”.
Esa misma noche me unĂ a mi primera partida con desconocidos que tenĂan micrĂłfono activado.
Y asĂ empezĂł todo lo que vino despuĂ©s - los amigos de Brasil, de Argentina, de Colombia, de Chile, de Bolivia. Todo el mundo que ahora es parte fundamental de mi vida diaria empezĂł con esa frase de mi hermano: “Si quieres, puedes hacer amigos”.
Ahora, mientras escribo esto, mis manos se mueven rápido por el teclado, con la misma agilidad que manejo los controles del PlayStation. Es como si hubiera desarrollado una nueva habilidad motora que no sabĂa que podĂa tener. Mis dedos saben exactamente dĂłnde están todos los botones sin que tenga que pensarlo, igual que ahora saben exactamente dĂłnde están todas las teclas.
Me he adaptado completamente.
Y ahora tengo sueños más grandes. Ya no se trata solo de jugar por diversión - ahora pienso en vivir de esto. En convertir esta pasión en mi profesión. En ser una gamer profesional de verdad.
Al principio me preocupaba lo que pensarĂa la gente. “ÂżUna mujer gamer? ÂżEn serio va a tratar de vivir de eso? ÂżNo está un poco grande para estar jugando videojuegos todo el dĂa?”
PodĂa imaginarme los comentarios, las miradas, las opiniones no pedidas de familiares y conocidos que no entenderĂan mi decisiĂłn.
Pero despuĂ©s de meses de jugar, de mejorar, de hacer amigos reales a travĂ©s de una pantalla, de descubrir que tengo talento natural para esto, de sentir la pasiĂłn genuina que tengo por este mundo…
DecidĂ que me daba igual.
Completamente igual.
Los comentarios tontos de gente que no entiende lo que hago no van a cambiar la manera en que me desenvuelvo en el juego. Las opiniones de personas que nunca han experimentado la adrenalina de una partida reñida, que nunca han sentido la satisfacciĂłn de una estrategia perfectamente ejecutada, que nunca han vivido la camaraderĂa genuina que se puede formar a travĂ©s de los juegos, simplemente no importan.
A comentarios tontos, oĂdos sordos.
Porque yo sĂ© lo que esto significa para mĂ. SĂ© lo buena que me he vuelto. SĂ© lo mucho que he crecido no solo como jugadora, sino como persona. SĂ© lo genuinas que son las amistades que he formado. SĂ© lo real que es mi talento y mi pasiĂłn.
Y si tú, que estás leyendo esto, tienes miedo de cumplir tus sueños por lo que dirán las demás personas, déjame decirte algo:
Esas personas que critican tus sueños probablemente no están persiguiendo los suyos.
Esas personas que te dicen que es “imposible” o “poco realista” probablemente nunca han intentado hacer algo extraordinario con sus vidas.
Esas personas que te hacen sentir mal por querer algo diferente, algo grande, algo que los demás no entienden, probablemente están proyectando sus propios miedos y limitaciones.
No dejes que el miedo a la opinión ajena sea más fuerte que tu amor por lo que realmente quieres hacer.
Yo empecé pensando que los videojuegos eran aburridos y una pérdida de tiempo. Ahora es mi pasión, mi futuro, mi forma de conectar con el mundo.
Si yo pude cambiar tanto en tan poco tiempo, si pude descubrir un talento que ni sabĂa que tenĂa, si pude encontrar mi camino en un lugar donde nunca pensĂ© que lo buscarĂa…
Tú también puedes.
Solo tienes que tomar el control - literal o metafĂłricamente - y empezar.
El resto viene solo.