El Espejo de la Verdad

Sofía había trabajado como maquilladora profesional durante diez años, pero nunca había visto nada como lo que acababa de llegar a su estudio. Una clienta misteriosa le había dejado un set de maquillaje vintage: polvos iridiscentes, labiales en tonos imposibles, y sombras que parecían cambiar de color según la luz.

—Son de mi bisabuela —había dicho la mujer antes de irse—. Úsalos bien.

Esa tarde llegó Camila, una adolescente de diecisiete años con la autoestima por los suelos.

—Quiero verme completamente diferente —susurró—. Odio mi cara, odio todo de mí.

Sofía sintió algo extraño al tomar los productos vintage. Comenzó a maquillar a Camila, pero en lugar de transformar sus facciones, cada pincelada parecía revelar algo más profundo.

Con la base, la piel de Camila no se cubrió, sino que comenzó a brillar con una luz suave y natural. El rubor no cambió el color de sus mejillas, pero sí la forma en que sonreía al verse en el espejo. Las sombras no alteraron la forma de sus ojos, pero de alguna manera hicieron que Camila se viera… a sí misma.

—No entiendo —murmuró Camila, tocando su rostro—. Me veo igual, pero… ¿diferente?

Sofía también estaba confundida. El maquillaje había desaparecido, pero Camila irradiaba una confianza que no tenía antes.

—Te ves hermosa —dijo Sofía honestamente—. Te ves como tú.

Durante las siguientes semanas, Sofía usó el set misterioso con otras clientas. Cada vez pasaba lo mismo: el maquillaje no cambiaba su apariencia, sino que de alguna manera les mostraba su propia belleza natural.

Una noche, mientras limpiaba los pinceles, encontró una nota dentro del estuche:

“El verdadero maquillaje no esconde quién eres, te ayuda a recordar lo hermosa que siempre has sido. - Esperanza Vásquez, 1952”

Sofía sonrió, entendiendo finalmente su propósito. No era solo maquillar rostros; era ayudar a las personas a ver su propia luz.

Al día siguiente colgó un nuevo letrero en su estudio: “Aquí no cambiamos caras, descubrimos belleza”.