Albino: De Mascota a Emperador
- Lectura en 7 minutos - 1345 palabrasLas Aventuras de Albino, el Conejo Más Engreído del Mundo
Todo comenzó cuando mi hermano y yo tuvimos la brillante idea de criar conejos. Al principio parecía sencillo: siete conejitos peludos saltando por ahí, comiendo tranquilamente y siendo adorables. Pero como dice el dicho, “los conejos se multiplican como… bueno, como conejos”, y pronto nuestra pequeña familia creció hasta convertirse en una verdadera invasión peluda.
En la quinta camada apareció él: Albino. Desde el primer día supimos que era especial, no solo por su pelaje blanco como la nieve que brillaba bajo el sol, sino porque tenía una actitud que gritaba “soy único y lo sé”. Mientras sus hermanos se conformaban con mamar de su madre y jugar entre ellos, Albino ya planeaba su ascenso al trono de la casa.
Los primeros meses fueron normales. Albino crecía fuerte con la leche materna y luego comenzó a disfrutar de su dieta de alfalfa y conejina como todo conejo respetable. Pero un fatídico día, en un momento de inexperiencia total, decidimos darle lechuga. “¿Qué tan malo puede ser?”, pensamos ingenuamente. “Es verde, es verdura, debe ser saludable”. ¡Error garrafal! Al día siguiente, nuestro pequeño príncipe peludo amaneció inflado como un globo, con la pancita redonda y claramente incómodo.
El diagnóstico del veterinario fue claro: parásitos intestinales. Tuvimos que separar a Albino de su manada para evitar contagios, y ahí comenzó la verdadera transformación. Como si fuera una película de superhéroes, pero al revés, Albino empezó a perder sus poderes… o mejor dicho, su pelo. Se rascaba tanto que parecía que tenía pulgas invisibles haciendo una fiesta en su pelaje. Mechones blancos volaban por todos lados como si estuviera mudando de piel.
La visita al veterinario fue toda una odisea. Albino, acostumbrado ya a ser el centro de atención, se portó como toda una diva durante el examen. El doctor le recetó medicinas y cuidados especiales, pero lo que realmente cambió todo fue la decisión de llevarlo a vivir adentro de la casa “solo mientras se recupera”. Famosas últimas palabras.
Una vez instalado en el cuarto, Albino descubrió que la vida interior era mucho mejor que saltar por el patio. ¿Para qué vivir como un conejo común cuando puedes ser tratado como royalty? Rápidamente estableció sus horarios: desayuno a las 7 AM (no 7:01, exactamente a las 7), almuerzo al mediodía, merienda a las 4, cena a las 8, y snacks cada vez que alguien pasara cerca de él.
Si no le servían la comida a tiempo, Albino había desarrollado su propia técnica de protesta: morder los pies. No era un mordisco agresivo, sino más bien un “oye, ¿no ves que me estoy muriendo de hambre aquí?” con dientes. Y funcionaba perfectamente. En poco tiempo, toda la familia corría a atenderlo en cuanto hacía el más mínimo ruidito.
Pero sus travesuras no pararon ahí. Un día descubrimos que Albino había aprendido a saltar sobre la cama y desde ahí observaba la televisión con genuino interés. Sus programas favoritos eran, por supuesto, cualquier cosa que tuviera animales. Cuando poníamos documentales de naturaleza, se quedaba hipnotizado, especialmente si aparecían conejos. Era como si estuviera estudiando las técnicas de seducción de sus parientes silvestres, preparándose para su futuro harem de fans conejas.
Netflix se convirtió en su plataforma preferida. Habíamos notado que cada vez que poníamos alguna película con conejos, Albino se acercaba a la pantalla y se quedaba ahí, inmóvil, como si estuviera viendo el mejor thriller de su vida. Su película favorita era “Peter Rabbit”, y juro que lo he visto tomar notas mentales sobre las travesuras del protagonista.
La cosa se puso más divertida cuando descubrió la PlayStation. Al principio pensamos que era casualidad, pero Albino sistemáticamente se subía al sofá cada vez que encendíamos la consola. Se posicionaba justo frente a la pantalla, movía sus patitas como si estuviera jugando, y ocasionalmente saltaba cuando había mucha acción en el juego. Incluso una vez lo encontramos con el control entre sus patas, aunque obviamente no podía usarlo. Pero su expresión decía claramente: “Si tuviera pulgares oponibles, ya los habría derrotado a todos”.
Su relación con la caminadora fue otro capítulo digno de mención. Al principio pensamos que por fin había encontrado una manera de hacer ejercicio. Albino se subía elegantemente, caminaba unos pasos con la postura de un modelo en pasarela, y luego… ¡plop! Dejaba su “tarjeta de visita” perfectamente colocada antes de bajar con aire de satisfacción. Era su manera de marcar territorio y al mismo tiempo decirnos: “Misión cumplida, ya hice ejercicio por hoy”.
Las sesiones de caricias se convirtieron en todo un ritual. Albino tenía horarios específicos para recibir atención: después del desayuno, antes de la siesta de la tarde, y definitivamente antes de dormir. Si no cumplías con el horario, él venía y te empujaba con su cabecita hasta que cedías. Una vez que comenzabas a acariciarlo, no podías parar hasta que él decidiera que era suficiente. Y créeme, él tenía estándares muy altos.
Lo más gracioso era cuando yo intentaba escribir o trabajar. Albino había adoptado la costumbre de subirse a mi regazo y quedarse ahí, supervisando cada letra que escribía. Movía su cabecita siguiendo el cursor en la pantalla como si fuera un editor muy estricto. De vez en cuando hacía ruiditos, que yo interpretaba como “esa oración necesita más trabajo” o “me gusta por donde va esto”.
Su obsesión con la fama se hizo evidente cuando comenzó a posar para fotos. En serio, este conejo sabía exactamente cuándo le estaban tomando una foto y adoptaba las poses más adorables. Incluso llegué a sospechar que practicaba frente al espejo del baño, porque sus “looks” para la cámara eran demasiado profesionales para ser casualidad.
Pero lo que realmente confirmó que Albino se había convertido en toda una celebridad fue cuando empezó a rechazar comida que no fuera de su marca preferida. Si le poníamos conejina genérica, la olía, me miraba con desdén, y luego se iba a su rincón favorito a hacer berrinche. Solo comía la comida “premium” que habíamos comprado una vez por accidente y que costaba el doble.
Sus planes de conquistar corazones femeninos también se hicieron evidentes. Había desarrollado lo que yo llamaba “el baile de la seducción”: giraba en círculos, saltaba con gracia, y luego se quedaba inmóvil mirando a la nada como si esperara aplausos de una audiencia invisible de conejas admiradoras. Era obvio que se veía a sí mismo como el Brad Pitt del mundo conejil.
Una tarde, mientras Albino supervisaba mi escritura desde su trono (mi regazo), me di cuenta de que habíamos creado un monstruo. Este conejo había pasado de ser una mascota a ser el verdadero jefe de la casa. Todos girábamos alrededor de sus horarios, sus gustos, y sus caprichos. Y lo peor de todo es que éramos completamente felices siéndolo.
Ahora, cada vez que alguien viene a casa, Albino sale a recibirlos como el anfitrión perfecto. Los saluda, les muestra sus juguetes favoritos, y hasta los guía en un tour por SUS dominios. Los visitantes siempre se van diciendo que nunca habían conocido un conejo con tanta personalidad.
Y así es como Albino, el conejo que casi se muere por comer lechuga, se convirtió en el rey indiscutible de nuestra casa, supervisor de escritura, crítico de Netflix, gamer frustrado, modelo profesional, y futuro heartthrob del reino animal. Mientras escribo esto, él sigue aquí en mi regazo, asegurandose de que cuente su historia correctamente, probablemente ya planeando su próxima travesura o soñando con el día en que tenga su propio reality show: “Keeping Up with Albino”.
La moraleja de esta historia es clara: cuando tengas mascotas, investiga bien qué pueden comer, porque nunca sabes si vas a terminar criando al próximo emperador peludo de tu hogar. Y si tu mascota sobrevive a una crisis alimentaria, prepárate, porque probablemente saldrá más consentida y con más actitud que antes. Al final del día, Albino nos enseñó que a veces los mejores compañeros de vida son aquellos que llegan por accidente, causan un drama, y luego se quedan para siempre robándose nuestros corazones… y nuestros sofás.